VENERABLE MASTRIDIA DE JERUSALÉN
- monasteriodelasant6
- 7 feb
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conmemorada el 07 de febrero.

Cuando un insensato joven se obstinó en desafiar su virtud, la Santa se dio cuenta de que debía cambiar su vida completamente para evitar ofender a Dios con el pecado. No dudó en hacerlo; porque la valerosa Mastridia de Jerusalén era una mujer de gran integridad y de carácter sin mancha. Ella estaba perfectamente dispuesta a transformar su vida completamente, de modo que pudiera permanecer libre de culpa ante el Todopoderoso.
Por tal causa cambió totalmente (es ésto a lo que los Padres de la Iglesia llaman metanoia, es decir a un cambio completo desde el fondo del corazón), abandonando la ciudad para residir permanentemente en los vastos desiertos de Tierra Santa.
Ésto sucedió durante los últimos años del siglo séptimo, bajo el reinado del emperador bizantino Mauricio, tiempo en el cual ésta piadosa virgen descubrió ─para horror suyo─ que un joven amigo suyo guardaba deseos lujuriosos hacia ella.
Santa Mastridia leo hizo saber tan pronto como pudo que sus avances no sólo eran inapropiados sino también altamente ofensivos para con ella. Una y otra vez lo imploró que controlase sus pasiones y la dejase en paz para contemplar al Señor. Sin embargo, para su tristeza y gran decepción, el impetuoso joven decidió persistir en sus lascivos intentos.
Finalmente, la Santa Mastridia entendió que no tenía otra alternativa. Con tal de preservar a ambos del peligro de pecar contra la voluntad del Todopoderoso, reunió rápidamente algunas provisiones para dirigirse hacia las arenosas llanuras que flanqueaban el Río Jordán.
Partió llevando solamente las prendas que vestía ─mientras acarreaba un saco de cuero lleno de frijoles remojados. Sin temor a los lobos que aullaban desde los riscos de las montañas y sin preocuparse por lo que sucedería cuando el contenido en su pequeña bolsa de provisiones se hubiera terminado se sumergió en lo desconocido.
Ya que ella confiaba tan profundamente en el Dios que ella adoraba día y noche, la valiente peregrina encontró fortaleza para enfrentar cada peligro y cada dificultad con una sonrisa.
Santa Mastridia no tenía dinero ni ningún tipo de bienes. Sin embargo, se las arregló para sobrevivir de tal manera durante los siete años siguientes, al tiempo que recorría el desierto incansablemente, como un asceta que ha encontrado un gran gozo al renunciar a los placeres de éste mundo caído, con tal de obtener una visión de los bienes venideros. Día tras día mientras caminaba a lo largo del desierto, vasto y seco, nuestra Santa Madre Mastridia se alegraba por su decisión de haber escapado de los asaltos febriles de su necio admirador.
Santa Mastridia valoraba tan gran oportunidad, mientras vivía sola bajo el ardiente sol del desierto, meditando en el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y siendo testigo de visiones místicas muy amadas por los Padres del Desierto de la Santa Iglesia.
Aunque en los anales de la Iglesia primitiva se encuentran sólo algunos registros de ascetas femeninas que eligieran vivir en el desierto, la historia de lo que le sucedió a la inocente Mastridia nos muestra claramente que la manera de vivir profundamente la virtud no era privativa solamente de los hombres ascetas contemplativos. Ciertamente sus hábitos austeros, así como su severa abnegación, son equiparables a los de sus homólogos varones ─un hecho que ha inspirado a muchos Padres de la Iglesia a lo largo de los años a recordar una poderosa sentencia de San Pablo en su Epístola a los Gálatas: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3:28).
Mientras hacía notar que “las diferencias de género” no tienen nada que ver con la manera en que Dios Todopoderoso nos ama y juzga a cada uno de nosotros, el Gran Apóstol también hizo notar en su Epístola a los Efesios: “Un cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación: un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros” (Ef 4:4-6).
Obediente a Dios desde el principio hasta el fin, ésta valiente y casta joven mujer pasaría muchos años en soledad con la esperanza puesta en el Novio celestial que ella había escogido por encima de los hombres mortales y en la bendición eterna que esperaba gozar con El Amado al final de los tiempos.
Mientras las semanas se convertían en meses y los meses en años, ésta devota caminante del desierto se maravillaba al constatar que sus vestidos no se desgastaban. A pesar del polvo, el calor y el viento, su sencilla vestimenta permanecía sin mancha y sin arrugas. Después de más de diecisiete años de recorrer los desiertos durante el día y de dormir en el suelo las ropas de la fiel Mastridia permanecían limpias.
Lo que resulta aún más notable es que sus provisiones de frijoles nunca parecían haber disminuido. Cada vez que ella se detenía en sus travesías para consumir un poco del único alimento que había traído de Jerusalén, la bolsa se llenaba nuevamente ante sus ojos. El Buen Dios, en Su gran amor y bondad, no permitió que su sierva pasara hambre durante sus interminables jornadas a lo largo de los desiertos de Palestina.
Luego de las muchas luchas que la han ubicado al mismo nivel que los Santos Padres por cerca de Catorce Siglos, nuestra Santa Madre Mastridia de Jerusalén transitó finalmente a la Casa del Padre, alrededor del año 580, bajo el reinado del gran emperador Tiberio. A pesar de sus dificultades y de su cansancio, luego de sus agotadores viajes a través de climas inhóspitos, Santa Mastridia mantuvo su voto de castidad al único hombre que verdaderamente le importaba en la vida: Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Ella también demostró que la vida ascética en el desierto podía ser vivida por una mujer contemplativa en oración tan fiel y determinadamente del mismo modo que cualquier monje varón de los yermos. En su paciente aceptación del desgastante caminar y la aguda incomodidad que se requiere para vivir ésta vocación gloriosa, Santa Mastridia nos recuerda una importante percepción de San Pablo: El Padre de todos nosotros no está preocupado por el género de sus fieles sino por el carácter de sus almas, las cuales no son ni hombres ni mujeres.
REFERENCIAS
La Ortodoxia es la Verdad. (2025). Santa Mastridia de Jerusalén. Atenas, Grecia: https://laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
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