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SANTOS Y GLORIOSOS APÓSTOLES PABLO Y PEDRO, PRIMADOS ENTRE LOS APÓSTOLES

conmemorados el 29 de junio.


SANTOS Y GLORIOSOS APÓSTOLES PABLO Y PEDRO

por el Bendito Agustín, Obispo de Hipona

 

Hoy, 29 de junio, la Santa Iglesia rememora piadosamente los sufrimientos de los Santos Gloriosos y Alabados Apóstoles Pedro y Pablo.

San Pedro, el ferviente seguidor de Jesucristo, por la profunda confesión de su divinidad: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, fue considerado digno por el Salvador de escuchar en respuesta: “Bienaventurado tú, Simón Baryona… Y yo te digo a ti que tú eres Pedro [Petrus], y sobre ésta piedra [petra] edificaré mi Iglesia” (Mt 16:16-18). Sobre “ésta piedra” [petra], es sobre aquello que dices: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente”, es sobre ésta tu confesión que edifico Mi Iglesia. Por tanto, el “tú eres Pedro”: es de la “piedra” [petra] que es Pedro [Petrus], y no de Pedro [Petrus] que es la “piedra” [petra], así como el cristiano es de Cristo, y no Cristo del cristiano. ¿Deseas saber de qué tipo de “roca” [petra] fue nombrado el Apóstol Pedro [Petrus]? Escucha al Apóstol Pablo: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis”, dice el Apóstol de Cristo, “que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Co 10:1-4).

Nuestro Señor Jesús Cristo, en los últimos días de Su vida terrena, en los días de Su misión a la raza humana, escogió de entre los discípulos a Sus doce Apóstoles para predicar la Palabra de Dios. Entre ellos, el Apóstol Pedro por su ardiente fervor fue hallado digno de ocupar el primer sitio (Mt 10:2) y ser, como si fuera, representante de la Iglesia entera. Por eso se le dice, preferentemente, después de la confesión: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16:19). Por lo tanto, no fue un hombre, sino la Única Iglesia Universal, la que recibió estas “llaves” y el derecho de “atar y desatar”. Y que en realidad fue la Iglesia la que recibió éste derecho, y no una sola persona exclusivamente, dirija su atención a otro lugar de las Escrituras, donde el mismo Señor dice a todos sus Apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo” y más adelante: “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Jn 20: 22-23); o bien: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt 18:18). Así, es la Iglesia la que ata, la Iglesia la que suelta; la Iglesia, edificada sobre la piedra fundamental del ángulo, Jesús Cristo mismo (Ef 2:20), es Quien ata y desata. Que así el atar como el desatar sean temidos: el desatar, para no volver a caer bajo ésto; el atar, para no permanecer para siempre en éste estado. Por eso, “Prenderán al impío sus propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su pecado”, dice la Sabiduría (Pr 5:22); y a excepción de la Santa Iglesia en ninguna parte es posible recibir el desatar.

Después de Su Resurrección, el Señor encomendó al Apóstol Pedro que apacentara Su rebaño espiritual, no porque entre los discípulos sólo Pedro fuera el único que merecía apacentar el rebaño de Cristo, sino que Cristo se dirige principalmente a Pedro porque Pedro fue el primero entre los Apóstoles y, como tal, representante de la Iglesia; además de lo cual, habiéndose vuelto en éste caso a Pedro solo, como primero entre los Apóstoles, Cristo confirma la unidad de la Iglesia. “Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?” ─y el Apóstol respondió: “Sí, Señor; tú sabes que te amo”; y por segunda vez se le preguntó así, y por segunda vez respondió así; siendo preguntado por tercera vez, viendo como que no se lo creía, entristeció. Pero ¿cómo es posible que no crea en Aquel que conocía su corazón? Y entonces Pedro respondió: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn 20:15-17).

Además de esto, la triple súplica del Salvador a Pedro y la triple confesión de Pedro ante el Señor tenían un propósito particularmente beneficioso para el Apóstol. Aquel a quien se le dieron “las llaves del reino” y el derecho de “atar y desatar”, se ató tres veces por miedo y cobardía (Mt 26:69-75), y el Señor lo desató tres veces por Su apelación y a su vez por su confesión de firme amor. Y para pastorear literalmente el rebaño de Cristo fue adquirido por todos los Apóstoles y sus sucesores. “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño”, exhorta el apóstol Pablo a los presbíteros de la Iglesia, “en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hch 20:28); y el Apóstol Pedro a los ancianos: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 P 5:2-4).

Cabe destacar que Cristo, en diciendo a Pedro: “Apacienta mis ovejas”, no dijo: “Apacienta tus ovejas”, sino apacienta, buen siervo, las ovejas del Señor. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Co 1:13). “Apacienta Mis ovejas”. Por tanto, “ladrones lobunos, opresores lobunos, maestros engañosos y mercenarios, despreocupados por las ovejas” (Mt 7:15; Hch 20:29; 2 P 2:1; Jn 10:12), habiendo saqueado un rebaño extraño y haciendo del botín como si fuera de su propia ganancia particular, piensan que alimentan a su rebaño. Tales no son buenos pastores, cual pastores del Señor. “El buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn 10:11), encomendadas a Él por el mismo Príncipe y Pastor (1 P 5:4). Y el apóstol Pedro, fiel a su vocación, entregó su alma por el rebaño mismo de Cristo, habiendo sellado su apostolado con la muerte de un mártir, ahora es glorificado en todo el mundo.

El Apóstol Pablo, anteriormente Saulo, fue cambiado de un lobo rapaz a un manso cordero. Antes era enemigo de la Iglesia, luego se manifiesta como Apóstol. Antes lo acechaba, luego lo predicaba. Habiendo recibido de los sumos sacerdotes la autoridad para arrojar a todos los cristianos en cadenas para su ejecución, ya estaba en camino, exhaló “amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” (Hch 9:1), tuvo sed de sangre, mas “El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos” (Sal 2:4). Cuando él, “habiendo perseguido y afligido” de tal manera “a la Iglesia de Dios” (1 Co 15:9; Hch 8:5), se acercó a Damasco, y el Señor del Cielo lo llamó: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” y Yo estoy aquí, y Yo estoy allá, Yo estoy en todas partes: aquí está Mi cabeza; ahí está Mi cuerpo. No hay nada de sorprendente en ésto; nosotros mismos somos miembros del Cuerpo de Cristo. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 9:4-5). Saulo, sin embargo, “temblando y asustado”, exclamó: “¿Quién eres, Señor?”. El Señor le respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.

Y Saulo de pronto sufre un cambio: “¿Qué quieres que yo haga?” ─grita. Y de pronto para él hay la Voz: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hch 9:6). Aquí el Señor envía a Ananías: “Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso”, y bautízalo, “porque instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hch 9:11, 15, 18). Éste recipiente debe estar lleno de Mi Gracia. “Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre” (Hch 9:13-14). Pero el Señor ordena con urgencia a Ananías: “Búsquenlo y tráiganlo, porque instrumento escogido Me es éste; porque Yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por Mi Nombre.” (Hch 9:11, 15-16).

Y de hecho el Señor le mostró al Apóstol Pablo las cosas que tenía que sufrir por Su Nombre. Lo instruyó las obras; no se detuvo en las cadenas, los grillos, las prisiones y los naufragios; Él mismo se compadeció de él en sus sufrimientos, Él mismo lo guio hacia éste día. En un solo día se celebra la memoria de los sufrimientos de éstos dos Apóstoles, aunque sufrieron en días separados, pero por el espíritu y la cercanía de su sufrimiento constituyen uno. Pedro fue primero, y Pablo lo siguió poco después. Antes llamado Saulo, y luego Pablo, habiendo transformado su orgullo en humildad. Su mismo nombre (Paulus), que significa “pequeño, poco, menos”, lo demuestra. ¿Qué es el Apóstol Pablo después de ésto? Pregúntenle, y él mismo les dará la respuesta: “Yo soy”, dice él, “el más pequeño de los Apóstoles... pero he trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios, que estaba conmigo” (1 Co 15:9-10).

Y así, hermanos, celebrando ahora la memoria de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, recordando sus venerables sufrimientos, estimamos su verdadera fe y santa vida, estimamos la inocencia de sus sufrimientos y su pura confesión. Amando en ellos la cualidad sublime e imitándolos con grandes hazañas, “para ser semejantes a ellos” (2 Ts 3:5-9), y alcanzaremos la bienaventuranza eterna que está preparada para todos los santos. El camino de nuestra vida anterior era más penoso, más espinoso, más duro, pero “nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos” (Hb 12:1), habiendo pasado por él, ahora se nos hace más fácil y ligero, y más fácilmente transitable. Primero pasó por ella “el autor y consumador de la fe”, nuestro Señor Jesucristo mismo (Hb 12:2); Sus audaces Apóstoles lo siguieron; luego los mártires, niños, mujeres, vírgenes y una gran multitud de testigos. ¿Quién actuó en ellos y los ayudó en este camino? Aquel que dijo: “porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15:5).



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2023). The Holy Glorious and All-Praised Leaders of the Apostles, Peter and Paul. New York, Estados Unidos: OCA.

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