conmemorada el 24 de agosto.
La Santa Virgen Mártir Syra vivió durante el siglo VI en Persia y era hija de un ilustre sacerdote pagano de los adoradores del fuego (es decir, de los zoroastrianos) de Seleucia en Elimiade (Abizarde). El padre de Syra, temiendo la influencia del cristianismo sobre su hija, la envió a la ciudad de Tarsis tras el fallecimiento de su madre para ser educada como sacerdotisa pagana.
Syra se convirtió en sacerdotisa del templo pagano del fuego y se empeñó en actividades honorables. Mas una vez, después de hablar con unos mendigos cristianos, Syra creyó en Cristo Salvador y comenzó a vivir como cristiana. Comenzó a aprender oraciones y salmos, a ayunar y a leer libros cristianos.
Una vez, Syra cayó enferma. No pudo hallar curación para su cuerpo, por lo que acudió a la iglesia cristiana y pidió al sacerdote que la obsequiara tan sólo algunas de las cenizas, con la esperanza de recibir curación de ellas. El sacerdote, sabiendo que Syra era una sierva de los ídolos, rechazó su petición.
Syra no se enojó, reconociendo su propia indignidad, sino que con fe tocó el manto del sacerdote, como una vez hiciera Santa Verónica, la Hemorroísa, tocando el manto de nuestro Señor y Salvador (Mt 9:20-22). De igual e inmediata manera, Syra recibió la curación y volvió sana a casa.
La familia de Syra comenzó a sospechar que ella deseaba aceptar el cristianismo y pidieron a su madrastra que la persuadiera para que abandonara tal intención. La madrastra, fingiendo ser secretamente una cristiana, habló dulcemente con Syra y le dijo que mantuviera su fe en secreto. También dijo a Syra que continuara sirviendo al fuego exteriormente, para no alejarse por entero de Cristo al ser sometida al tormento.
Syra comenzó a dudar en aceptar el Santo Bautismo, mas cuando en sueños tuvo una visión sobre el desolador destino que sobrevino a su madre después de su muerte, y sobre las moradas luminosas predestinadas para los cristianos, se decidió y acudió al obispo, pidiéndole que la bautizara. El obispo se negó a cumplir su petición, temiendo dar a los sacerdotes paganos una razón para perseguir a los cristianos. Más allá de ésto, pensó que Syra, temiendo la ira de su padre, negaría a Cristo. El obispo la aconsejó que primero confesara abiertamente su fe en el Salvador ante sus parientes.
Una vez, durante el sacrificio de la mañana, Santa Syra avivaba el fuego sacerdotal adorado por los persas como su dios, y anulando el sacrificio proclamó en voz alta: “¡Soy cristiana y rechazo los dioses falsos y creo en el Dios verdadero!”.
El padre la azotó hasta que quedó exhausta y luego la aprisionó. Con lágrimas y súplicas, él la instó a volver a su antigua fe, pero Syra se mostró inflexible. Luego, el padre la denunció ante el sumo sacerdote pagano, y luego ante el gobernador y ante el emperador Chozroes el Viejo.
Torturaron largamente a la Santa Doncella en prisión, pero el Señor la fortaleció y ella se mantuvo firme en su Fe en Cristo. Después de sobornar al guardia de la prisión, Santa Syra acudió al obispo y recibió el Santo Bautismo. El Señor concedió a Santa Syra el don de obrar milagros. Cuando los persas entregaron a la Mártir a las lascivas miradas de los impíos, comenzaron a burlarse de ella, diciendo: “¿Qué cuenta de ti la fábula de que las cadenas se caen solas del cuello, de las manos y de las piernas? ¡Veamos ahora cómo se caen las cadenas! Santa Syra oró en lo más profundo de su corazón al Salvador, e inmediatamente cayeron las cadenas. Y ésta no fue la única ocasión.
Sucumbiendo al tormento, Santa Syra cayó mortalmente enferma. Comenzó a suplicar al Señor que no la dejara morir a causa de la enfermedad, sino que le concediera la corona de mártir. El Señor la escuchó y la concedió la curación. Al ver sana a la Mártir, el guardia y el responsable de la prisión intentaron deshonrar a la Santa Doncella, mas el Señor hirió a uno con la enfermedad y el otro murió. La Mártir fue condenada a ser estrangulada.
Llevaron a cabo la ejecución con refinada crueldad. Al cabo de un rato soltaron la cuerda, preguntando a la Santa si deseaba cambiar de opinión y permanecer entre los vivos. Aunque apenas viva, Santa Syra se negó y pidió que la ejecución se llevara a efecto prontamente. El cuerpo de la Santa fue arrojado a los perros para ser devorado, pero éstos no quisieron tocarlo. Luego, los cristianos enterraron el cuerpo de Santa Syra.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2023). Virgin Martyr Syra of Persia. New York, Estados Unidos: OCA.
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