Él Solo Basta.
Padre Mateo el Pobre.
Traducción de Alan Eugene Aurioles Tapia.
«Por nada estéis afanosos; sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en todo con oración y ruego y acción de gracias.» (Filipenses 4:6)
Querido Padre,
¡Paz de Dios a vuestra amada alma! Envío a vuestra amada persona un saludo en ocasión de la Natividad, fiesta de la esperanza siempre renovable de la humanidad. Sin importar cómo la tiniebla o estancación puedan sitiar a la humanidad, la Natividad viene con su poderosa luz para iluminar el corazón de cada uno de nosotros. El nacimiento de Cristo adviene con el avasallador poder de disipar toda oscuridad o vacilación y es capaz de irradiar el calor de su regocijo sobre los corazones fríos, convirtiendo tal frialdad en un poder que conmueve al mundo entero.
La humanidad, personificada en Israel, no menos en los gentiles, había estado arrastrada bajo el yugo de la muerte y sufriendo la frialdad de las tinieblas espirituales en tanto que yacía en las sombras de la nada hasta el día en que Cristo amaneció sobre la humanidad por medio de los ángeles que anunciaren las buenas nuevas. Los hijos de Israel, que fueron llamados ─los hijos del Reino, los hijos de la Luz, los poseedores de las llaves del conocimiento, los sabios de Israel eruditos en el Reino de Dios, los hijos de los profetas, los custodios de las promesas, los legisladores de la virtud y la ley de la justicia─ todos ellos yacían en las tinieblas de la muerte y la ignorancia. Todos fueron entregados a la desobediencia, en orden a que Dios pudiera mostrar que no existe reino, luz, conocimiento, sabiduría, erudición, esperanza en una promesa, o valor de legislación, virtud, ley o justicia aparte de Cristo.
¡Qué gozo, pues, tenemos hoy en Cristo! Él solo basta. Dios ha declarado que Él es nuestra justicia, santidad y redención (cfr. 1 Co 1:30). ¿Qué hay, pues, más allá de Cristo? Es Él en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (cfr. Col 2:3). Cuando Lo aceptamos y Lo admitimos en nuestros corazones, somos dados un tesoro de bondad del cual fluye toda buena dádiva. Tales corazones se convierten aún en fuente de gracia que derrama el Espíritu Santo con todo Su conocimiento, entendimiento, reverencia, aplomo y amor.
Cristo se ha convertido en ley en Sí Mismo, pero no inscrita en letras, sino en obra viva que reina sobre nuestro pensamiento, voluntad, actos y vida entera. Al final, todo ésto será consumado de acuerdo con Su santa voluntad, la cual obra nuestra salvación de éste siglo. Ésto ocurre cuando Lo recibimos y aceptamos Su voluntad con plena entrega y complacencia.
Una bella imagen de la obediencia de Cristo al Padre se contempla en Su infancia; una infancia que se entregó a la mano de Dios en medio de un océano de humana impiedad. Sin embargo, ésta infancia se mantuvo a salvo de cualquier daño con toda sabiduría y perspicacia.
Somos de tal modo llamados, bajo la protección de la providencia del Padre, a vivir en la obediencia de tal infancia a fin de ser hechos aptos para Su sabiduría. Ésta es nuestra única opción acaso deseemos permanecer firmes en Su Reino eterno y deleitarnos en el gozo de Su voluntad.
¡Adiós!
Comments